Nelson Vicente – Contacto: [email protected]
A fines del siglo XIX, la incipiente industria automotriz daba sus primeras aceleradas. Fueron varias las publicaciones de diversos países que comenzaron a organizar competencias con la finalidad de hacer conocer las bondades de los autos.
En abril de 1887 el director de Le Vélocipède organizó el primer evento automovilístico, con un recorrido de dos kilómetros en París.
El diario parisino Le Petit Journal creó la París-Rouen en 1894, con un recorrido de 127 kilómetros.
En Estados Unidos, en 1895, el Chicago Times-Herald organizó la primera carrera que se desarrolló por las calles de la ciudad.
Por su parte, en 1899, Gordon Bennett, dueño del diario New York Herald le donó al Automóvil Club de Francia una copa que llevaba su nombre, con la finalidad de que se disputara anualmente. La primera edición fue la París – Lyon, que se desarrolló al año siguiente.
La edición del 31 de enero de 1907 del diario parisino Le Matin incluía un sugestivo y desafiante artículo, en el que se expresaba: “Lo que se necesita probar es que mientras un hombre tenga un automóvil, puede hacer cualquier cosa e ir a cualquier parte. ¿Hay alguien que se comprometa a viajar este verano de Pekín a París en automóvil?”
Así nació una de las aventuras más insólitas, exóticas y recordadas de la historia del automovilismo: la competencia Pekín-París de 1907.
Se dice que esa misma tarde, el marqués Jules-Albert De Dion, propietario de la empresa automotriz De Dion – Bouton, se comprometió a anotar sus autos para la competencia. La inscripción tenía un costo de 2.000 francos.
A partir de ese momento, los responsables del diario pusieron manos a la obra y en tres meses organizaron la carrera. Si puede hablarse de organización, por supuesto, teniendo en cuenta que no hubo una ruta prefijada, ni reglamento técnico ni deportivo. Tampoco asistencias ni ayudas de ningún tipo para los competidores.
Cada participante debía arreglársela como pudiera, e ingeniársela para llegar a destino, sano y salvo, porque los riesgos no iban a ser pocos.
De la lista primaria de interesados, que originalmente fue de 40 interesados, finalmente fueron cinco los que se embarcaron para China para tomar la largada, que había sido fijada para el 10 de junio de ese mismo año.
Scipione Borghese, Luigi Barzini (periodista del Daily Telegraph y del Corriere della Sera) y Ettore Guizzardi participaron en un Itala de 40 HP. La marca francesa De Dion – Bouton inscribió dos autos, de 10 HP, uno para Georges Cormier y Eduardo Langoni y otro para Víctor Collignon y Jean Bixac. Auguste Pons y Octave Foucault largaron con un triciclo Contal (6 HP), mientras que Charles Godard y Jean du Tallis (corresponsal de Le Matin) utilizaron un Spyker de 15 HP.
La larga odisea desde Marsella a Pekín
Los responsables del diario parisino Le Matin se ocuparon de los preparativos de la competencia que estaban a su alcance: el transporte de los vehículos hasta China y los permisos y visados para transitar por los diversos países.
Los cinco participantes partieron desde París hasta Marsella, donde embarcaron en el Océanien. La travesía marítima estuvo plagada de dificultades, al tener que sortear varias tempestades en altamar, incluida una impresionante tormenta de arena frente a Egipto. Por si fuera poco, el navío encalló en el Canal de Suez.
Pero no todo era tan malo, porque en definitiva, la vida a bordo distaba mucho de ser sacrificada para los “competidores”, que disfrutaban, noche a noche, de bailes, fiestas y banquetes y que en cada puerto eran recibidos con muestras de admiración por la aventura que iban a encarar, siendo homenajeados por las autoridades locales, transformándose casi que en celebridades en cada ciudad que visitaban.
La última escala fue en Hong Kong, para culminar el viaje en la localidad costera de Wounsoung, desde donde se hizo un trasbordo a Shanghai.
Allí se embarcaron en el vapor Almiral von Tirpitz rumbo al puerto de Tientsin y de allí, en tren, a Pekín. Finalmente, luego de sortear alguna que otra dificultad, como que el tren se dividió en dos y algunos vehículos quedaron retrasados, el 2 de junio de 1907, todos los integrantes de la delegación y sus respectivos vehículos estaban en Pekín, alistándose para largar la inédita competencia.
En carrea desde Pekín
El 10 de junio se largó la competencia desde la embajada de Francia en Pekín. Los participantes recorrieron las calles de la ciudad a baja velocidad, precedidos por una banda de música, provocando el asombro de los pekineses.
En principio, los competidores pensaban transitar siguiendo las líneas de los postes del telégrafo y en algunos tramos utilizar las vías del ferrocarril para poder dirigirse, pero a medida que se fueron separando, cada uno fue fijando su propio rumbo como pudo.
Esto marca claramente la falta de senderos o caminos, y también de puentes, por lo que fue habitual que se quedaran atascados en arenales o en peligrosos lodazales, debiendo tenerse en cuenta que, entre las zonas más duras y peligrosas, transitaron por el desierto de Gobi, por Mongolia y Siberia, entre otras inhóspitas regiones.
Incluso, en un tramo el triciclo de Pons fue atacado con lanzas por parte de una tribu. Poco después, en el desierto de Gobi tuvo que abandonar, siendo rescatado por una tribu de nómades que puso a salvo al piloto y a su acompañante.
A medida que fueron pasando los días, el Itala se fue alejando de los otros autos, sacando una considerable ventaja. Los dos De Dion – Bouton y el Spyker decidieron transitar juntos hasta el final, para tratar de asistirse mutuamente.
El 10 de agosto, luego de dos meses en ruta, el Itala tripulado por Borghese, Barzini y Guizzardi aribó a la sede de Le Matin, consagrándose ganador de la inédita competencia.
El premio para los ganadores fue una botella de champagne.
Los otros tres participantes que quedaban en carrera lograron arribar a la capital francesa 20 días después, cerrándose de esa manera un insólito capítulo en la historia del automovilismo.